A menudo se ha
señalado, y con razón, hasta qué punto las destrucciones (de vehículos y
establecimientos) que trajeron consigo los disturbios de noviembre no han tenido
como efecto inmediato más que hacer todavía más difícil la vida en los barrios
populares. Pero se ha observado en menor medida que si el gobierno
Villepin-Sarkozy se ha decidido a restaurar, al menos en parte, las subvenciones
de apoyo a las periferias que suprimió en su día, es desde luego *gracias a la
señal de alarma que ha supuesto esta revuelta*. Incluso una diputada de la UMP
(derecha) ha dicho hoy que “lo que ha ocurrido en las periferias no es más que
una expresión de la desesperación. Y los que han sido calificados como
“vándalos” han sido sus portavoces”. La desesperación tiene un origen bien
preciso: paro, racismo, discriminación. No es nada sorprendente, como escriben
dos sociólogos en un excelente artículo (1) rechazado por *Le Monde* y
*Libération*, que “los chicos más jóvenes de las familias inmigrantes, que
contemplan día a día la situación en la que se encuentran sus mayores -entre los
25 a 30 años, que viven aún con sus padres y saltan de contrato precario a
contrato precario sin esperanza alguna de un trabajo estable-, estén tentados a
radicalizarse cada vez más. Ese grupo de menores que viven en las periferias,
descrito como cada vez más “duro”, no ha surgido por generación espontánea, sino
que por el contrario constituye una generación social que ha crecido en la
crisis y la precariedad, que ha asistido demasiadas veces al “desastre” en sus
familias...”.
¿Qué hace el prisionero cuando no soporta ya más su
prisión? La hace todavía más insoportable, comenzando por quemar su propio
catre. Para establecer líneas de comunicación con los jóvenes rebeldes de las
periferias, la dificultad esencial es que la prisión donde están encerrados es
en buena medida una cárcel mental. No faltan barrotes: adoración de las
mercancías y dosis variables de una identidad religiosa reciclada, machismo
(notoria ausencia de las mujeres en esta revuelta), clanismo, repliegue sobre
los propios barrios por razones simbólicas (desafío al centro de las ciudades) y
reales (privatización de los transportes urbanos). La dificultad esencial es que
los sublevados no parecen tener disposición a salir de esa prisión, *único
espacio de solidaridad que conocen*. Por tanto, a todos aquellos que comparten
el fondo de su revuelta les toca ahora la tarea de desplegar otros espacios de
solidaridad.
Ausente de Europa durante todo el mes de noviembre, me ha
sorprendido enormemente a mi vuelta la escasa reacción social frente a la
reactivación de una ley colonial que agrava severamente la segregación y el
marcaje de poblaciones enteras, con un toque de queda que penaliza a la
totalidad de los habitantes de los barrios-ghetto, con centeneras de condenas en
firme a prisión dictadas en condiciones de arbitrariedad rara vez igualadas,
¡con órdenes de expulsión para gente que tiene sus papeles de residencia en
regla! Si creemos los sondeos (y sabemos bien que los sondeos valen tanto por el
resultado que revelan como por el resultado que fabrican), parece que “el pueblo
de la izquierda” agacha la cabeza silencioso ante el cordón securitario
establecido sobre la parte más pobre de las clases populares. Razón de más para
ir a contracorriente. Porque tantas corrientes y contracorrientes agitan el
océano social que nunca se sabe...
Hemos lanzado una petición de amnistia
(2) para los sublevados de noviembre, que en pocos días ha cobrado proporciones
inesperadas, con más de 1300 firmas, muchas de ellas conocidas, muchas de ellas
de gente que habita los barrios castigados (profesores, asistentes sociales,
vecinos, representantes locales...). Pensamos que debemos mandar una señal de
solidaridad a las periferias para salir de la espiral de estigmatización,
agravada sin duda por la reactivación de la ley colonial y el toque de queda. La
solidaridad internacional, ya presente con algunas firmas, será más que
bienvenida.
1.
http://infos.samizdat.net/article361.html2.
Se puede formar aquí:
http://infos.samizdat.net/article371.html